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Crónica: del Pirineo oriental a los Alpes del sur pasando por el macizo central

Iniciado por Txarly, Junio 07, 2017, 12:56:23 PM

Txarly

Día 9 – Saint-Jean-du-Gard - Alès (165 kms)

Hoy es la etapa “tonta” del viaje: no sólo es la más corta, sino que, además, vamos a dar un rodeo curioso: si fuésemos directos a Alès no tardaríamos más de 30 minutos en recorrer los 26 kilómetros que hay desde aquí. La razón del desvío es visitar la garganta del rio Hérault y el pueblo de Saint-Guilhem-le-Désert que, al parecer, son muy bonitos.

Salimos, pues, sin prisa, e intentamos llenar depósitos en Saint Jean. Sin embargo, la gasolinera que se supone existe no aparece por ningún lado, de modo que damos media vuelta y seguimos la ruta prevista. Recuerdo haber visto en el navegador un par de gasolineras que nos pillaban de camino, o casi. Sólo espero que estas sí existan…

El día es claro y soleado; la temperatura, agradable, y la ruta, sinuosa y bien asfaltada; no se puede pedir más, salvo, quizá, la presencia de algunos buenos amigos que me consta hubiesen querido venir pero no han podido (la vida, que es muy perra) Sabed que esta extensa crónica es mi manera de viajar con vosotros y que hagamos el viaje juntos, aunque sea virtualmente.

Por un puente de piedra cruzamos el rio y enfilamos la D57, que serpentea suavemente entre colinas enteramente cubiertas de árboles. Cruzamos un par de pueblecitos, aún sin la menor traza de una gasolinera y, lo que es peor, sin pinta de ir a haberla, y puedo imaginarme a Sergio poniéndose más y más nervioso a medida que transcurren los kilómetros. Al llegar a Lasalle entramos al pueblo, “me suena que era por aquí”, me digo y, en efecto, aparece ante nuestros ojos la esperada gasolinera.

La ruta cambia de nombre, ahora es la D39, pero lo demás sigue igual, y, tras coronar el col de Rédarès bajamos hacia Saint-Hippolyte-du Fort por una ruta muy retorcida y divertida. Pasado el pueblo y una vez en el valle, la D999 es amplia y recta, muy recta, atravesando viñedos, frutales y cultivos variados, con un horizonte cada vez más amplio. Rodeamos la villa de Ganges (“¿Pero no estaba en la India? ¡Calla, so melón, que eso es el río!”), pasando junto a un aparatoso control de la gendarmerie y cruzando el rio Hérault. De momento nos separamos de su curso por la D4, que de puro recta parece tirada a cordel, flanqueada de plátanos, cuya sombra se agradece ahora que empieza a apretar el calor. Atravesando Brissac vemos una pequeña iglesia románica con buena pinta y decimos parar; un descansito nos vendrá bien. Dejamos los cascos atados a la moto y exploramos la zona, descubriendo una agradable plaza arbolada con la entrada a la iglesia, sencillita, el típico mazacote románico sin apenas ventanas. Un pedestal redondo con un cristo crucificado marca el centro de la plaza y, lo que mejor nos viene, hay un bar restaurant con terracita, donde procedemos a hidratarnos.

A partir de Brissac la D4 se empieza a retorcer, aunque la frondosa vegetación de sus costados, unido a su falta de arcenes –como en muchas carreteras francesas– hace que la visibilidad no sea buena. De repente, aparece a nuestra izquierda el Hérault, y avanzamos entre el rio y una pared vertical de roca, no muy alta pero que nos acompaña todo el rato. Es una ruta cambiante, a veces sube, retorciéndose, y podemos ver el rio y los montes boscosos (es un bosque realmente extenso) y a veces se hace recta y avanzas sin ver más que un muro vegetal a cada lado. De repente nos encontramos serpenteando por un pequeño cañón, encajonados entre paredes de roca estratificada; una pena que el asfalto no esté en buenas condiciones porque estas curvas uniformes y cerradas podían ser muy divertidas.

Según sales del cañón te topas con el Hérault y empieza la garganta, suavemente al principio y ganando gradualmente en altura de paredes, aunque sin llegar a ser tan espectacular como la del Tarn. En cualquier caso, es un recorrido muy agradable y que merece la pena el desvío.


El rio Hérault

Al poco llegamos al bonito pueblo medieval de Saint-Guilhem-le-Désert, nuestra siguiente parada prevista. Buscamos donde aparcar y nos indican que hay un parking en la parte superior del pueblo. Mientras Revoltosa revolotea haciendo fotos, tiramos hacia el parking, pero cuando veo que cae más lejos de lo razonable doy media vuelta a por ella y me la encuentro casi a medio camino, andando a paso de legionario, esta chica es una fiera. Una vez aparcados –el aparcamiento es de pago… para enlatados, hihihi :burla2: – buscamos donde comer. Como cabía esperar, todo es bastante turístico, y al final encontramos un menú razonable en un restaurante tranquilo, en el interior.


Vista aérea de Saint-Guilhem-le-Désert

La historia del pueblo os sonará a conocido, pues sigue un patrón ya visto: en el S.IX Guillaume (Guilhèm en occitano), conde de Toulouse, funda una abadía en un lugar alejado de toda presencia humana (de ahí lo de “desierto”) que tras su muerte y posterior canonización tomó su nombre. La presencia de una reliquia, un trozo de la vera cruz, atrajo numerosos peregrinos, y con ellos el desarrollo del pueblo y la ampliación de la abadía. Como las otras, también fue saqueada durante las guerras de religión del S.XVI y restaurada durante el S.XIX.

Aparte del conjunto del pueblo, bonito, bien cuidado y conservado con gusto, merece la pena visitar la abadía, patrimonio mundial de la UNESCO como parte de los caminos de Santiago. La iglesia sorprende por ser alta y estrecha, de estilo inconfundiblemente románico, y por la serie de nichos que adornan el ábside por el exterior. El claustro (o mejor, el medio claustro, ya que sólo se conserva la mitad) es sencillo y, cosa curiosa en un claustro, tiene un estanque con peces.


El claustro de la abadía


Saint-Guilhem-le-Désert


Calle de Saint Guilhem

Luego de recorrer el pueblo y visitar la abadía tranquilamente, volvemos a las motos y retomamos la ruta siguiendo el curso del río hasta llegar al “puente del Diablo”. El nombre no es muy original, ya que hay muchos llamados así (googlead y veréis) pero este tiene la peculiaridad de ser uno de los puentes románicos más antiguos de Francia, se calcula que del S.IX. El nombre le viene de una leyenda que pretende que, al construirlo, el diablo deshacía de noche lo que los hombres hacían de día. Un día se hartaron y llegaron a un acuerdo con él: le dejarían llevarse el alma del primero que lo cruzase, y así lo consiguieron acabar. Pero como nadie quería dar su alma al diablo, hicieron cruzar primero a un perro. El diablo, enfurecido, intentó destruir el puente sin lograrlo, lanzándose al río a continuación.


El puente del Diablo sobre el Hérault

El resto de la etapa transcurre por un terreno más anodino, alternando tramos llanos con suaves ondulaciones boscosas que se hacen cada vez más raras y, cuando queremos darnos cuenta, estamos llegando a Alès. El hotel es bastante básico –más que suficiente para lo que necesitamos- pero destaca por quienes lo llevan: una pareja bastante ‘hippie’ de trato muy agradable y relajado que consiguen que de inmediato te sientas muy a gusto. Tras cambiarnos y dejar las motos en el cercano parking del hotel, nos confirmaron que en Alès no hay nada interesante que ver (curioso pero muy sincero por su parte) y nos recomendaron un restaurante donde cenar bien a precio razonable, la brasserie La Rotonde. La cena fue, en efecto, muy correcta en calidad, cantidad y precio, y con algún postre muy original.


Un champiñón de postre

Hotel Durand, 3 boulevard Anatole France, 30100 Alès
Precio: 51.6 € la habitación doble con baño, desayuno aparte

Txarly

Día 10 – Alès - Sisteron (265 kms)
Penúltima etapa antes de llegar a Niza, con varios sitios interesantes que descubrir: la garganta del rio Ardèche, el Mont Ventoux, Sisteron… también queríamos haber visitado la caverna de Pont-d’Arc, una réplica de la gruta Chauvet, otra de las referencias en arte paleolítico. Al ser de reciente inauguración –se abrió al público en Abril de 2015- hay una fuerte demanda y nos resultó imposible conseguir entradas para la fecha (mala suerte, cae en sábado) y hora de nuestro paso por allí… y eso que lo hicimos con casi 3 meses de antelación. Si os interesa, ya sabéis, anticipad. Más info aquí: http://www.cavernedupontdarc.fr/

Tras un agradable desayuno nos despedimos de “Paquito” y su mujer y dejamos atrás Alès y su aglomeración por la D16, amplia y recta, con un paisaje muy llano y marcado por la mano del hombre. A lo lejos vemos una cordillera que supongo es nuestro destino y que se hace más presente a medida que la presencia humana se hace más escasa y los bosques, más frecuentes. Una muy breve parada en Rochegude porque a Sergio se le estaba soltando no-se-que y, en medio de un denso bosque, nos desviamos a la izquierda por la D979, cruzando el rio Cèze por un viejo puente, largo y estrecho. El paisaje alrededor está enteramente formado de colinas boscosas, que dejan paso a campos cultivados al acercarnos algún pequeño pueblo. La ruta, ahora de largas rectas y amplias curvas, es muy agradable.

Al entrar en el departamento del Ardèche la ruta pasa a ser la D579 y se ondula un poco, pero sigue siendo esencialmente recta y boscosa. Sólo al acercarnos a Salavas, atravesando pequeñas colinas, la carretera se retuerce, adaptándose al terreno. Paramos para llenar depósitos, estirar las piernas y decidir qué hacer con la caverna de Pont-d’Arc. Dado que no tenemos entradas reservadas, una opción posible era ir a ver si hay suerte y hay alguna cancelación, pero al final decidimos no perder el tiempo y seguir ruta; ya habrá ocasión de volver.

Cruzando el Ardèche por un largo puente entramos en el pueblo de Vallon-Pont-d’Arc para inmediatamente girar a la derecha por la D290 siguiendo el curso del rio. Enseguida nos encontramos rodando por una revirada carretera, siguiendo el curso del río a nuestra derecha y una pared de roca caliza a nuestra izquierda, en medio de una amplia garganta boscosa de paredes cada vez más verticales. Al llegar al tercer recodo del río, en un ensanchamiento del cañón, totalmente rodeado de paredones calizos, el rio sigue bajo un vistoso arco natural de piedra. Seguimos adelante, bordeando el arco y paramos al otro lado, en un mirador con vista directa al arco de piedra. Hay mucho tráfico de coches y autobuses y mucha gente, no quiero ni pensar cómo se tiene que poner esto en verano.


El espectacular arco de piedra del Ardèche

La carretera sigue por el cañón, ganando poco a poco en altura y ofreciendo vistas cada vez más espectaculares. A veces se aparta del cañón, para volver a él un poco más adelante y a mayor altitud. Parada obligatoria en el mirador de Serre de Tourre, con una increíble vista de pájaro sobre el cañón.


Vista parcial desde el mirador de Serre de Tourre. Los puntitos en el rio son canoas.

La D290 serpentea por lo alto del cañón, menos espectacular ahora pero ofreciéndonos de vez en cuando alguna espectacular vista aérea del rio. Lo tienen muy bien puesto, con varios miradores distribuidos a lo largo de la carretera.


Vista desde el mirador de Cros de l’Olivier

Desde el ‘Grand Belvédère’, donde coincidimos con un grupo de moteros, puede verse la salida del cañón.


Vista desde el ‘Grand Belvédère’

Dejamos atrás la garganta del Ardèche, ahora el paisaje parece banalmente plano en comparación. Va siendo hora de comer, de modo que paramos en un restaurante con terraza que pinta bien, un poco antes de Saint-Martin-d’Ardèche. La comida es correcta y empezamos comentando lo que acabamos de ver para acabar con unas risas desaforadas, no recuerdo por qué (pero sí que recuerdo a los otros comensales mirándonos y riéndose… y a Sergio grabándolo con el móvil)

Seguimos ruta por la fértil vega del Ardèche y su desembocadura en el Ródano, por una carretera amplia y recta entre cultivos y atravesando poblaciones. Por un larguísimo puente cruzamos el Ródano, entrando en el departamento de Vaucluse. Empieza a apretar el calor, y por aquí los caminos no están flanqueados de plátanos. Nuevo puente, éste más corto y moderno, para cruzar el canal de Donzère -una derivación del Ródano- para acto seguido cruzar por encima de la A7. Circunvalamos Bollène con la misma tónica de ruta amplia y recta, pasando brevemente al departamento situado al norte, el Drôme. Al tomar la D20 el terreno se empieza a ondular, vuelven las colinas boscosas y con ellas un poco de diversión. Al pasar por lo alto de una colina, entre viñedos, vemos sucesivas líneas de pequeñas cordilleras pintando un paisaje irregular y variado.

Pasado Vaison-la-Romaine la ruta serpentea entre bosques y colinas y avanzamos a buen ritmo hasta Malaucene, donde empieza la subida al Mont Ventoux, por una ruta amplia y bien asfaltada, con bosques de pinos y mucho ciclista. La pendiente enseguida es apreciable (normal, pasamos de 300 y pocos metros a más de 1900 en 20 kilómetros) y al principio no ves gran cosa, sólo pinos. Al poco empiezas a darte cuenta de haber ganado altura por la vista despejada que a veces ofrece la carretera, aunque de la cima, aún ni rastro. Paramos unos minutos para descansar las máquinas, ponernos forros y cambiar guantes, que la temperatura baja apreciablemente. Según meteo-France, en la cima hay 4ºC y un viento tal que la sensación térmica es de -4ºC. Flipante.

A partir del chalet Liotard (un bar restaurante) la carretera es algo más estrecha y el asfalto está más castigado, pero aún bastante bien. Trazamos un par de horquillas entre pinos, es curioso ver como se hacen más bajos, robustos y escasos a medida que subimos. De repente, a la vuelta de un recodo, se despliega ante nosotros su pelada cima, con el inconfundible edificio del observatorio meteorológico.

En las últimas horquillas, al abrigo de la pared se acumula la nieve –estamos subiendo por la cara norte-, para pasmo de Sergio que, como buen valenciano, tiene poca costumbre de nieve. En la penúltima horquilla un individuo, con un chaleco fluorescente y una cámara de fotos, nos saluda ostentosamente con la mano al vernos venir y nos ametralla con su cámara al pasar; naturalmente, le saludamos de vuelta. Al llegar al mirador se abate sobre nosotros un viento huracanado que dificulta el caminar; aunque el piso es llano, dejo engranada la primera al bajar de la moto, por si acaso. Hemos subido al abrigo del viento y el contraste en la cima es brutal. Resuelto el aparcamiento miro alrededor… y me quedo boquiabierto. La vista es sencillamente increíble, ante nuestros ojos se extienden, por un lado, la Provenza y, por otro, el accidentado relieve del Drôme, cuyas montañas parecen pigmeos vistas desde aquí.


Saludando al fotógrafo… aunque sea un interesado


Vista hacia el norte: el Drôme


Vista hacia el sudeste: la Provenza


En la cima

El bonito y frondoso bosque que cubre el monte Ventoux –salvo su pelada cima- es el resultado de varias campañas de reforestación, desde mediados del S.XIX hasta inicios del S.XX. La cercanía de la base naval de Toulon y la sobreexplotación habían acabado con casi todo el bosque. Durante la ocupación nazi se volvió a explotar intensamente para alimentar los coches a gasógeno, dada la escasez de combustible. Durante este período la montaña fue refugio de guerrilleros antinazis, que sufrieron serias pérdidas contra la motorizada Wehrmacht cuando ésta atacó en noviembre de 1943. El desembarco aliado en la Provenza (operación Anvil Dragoon) propició la retirada de las tropas nazis.

Disfrutamos de las vistas un rato pero está muy desapacible por el fuerte viento :cold: de modo que iniciamos el descenso. En la bajada hay que tener cuidado con los ciclistas, especialmente con los que se creen que la carretera es suya y se te cruzan sin mirar. Hemos tenido suerte, el día está despejado y podemos disfrutar las increíbles vistas también en la bajada, que parece ser más pelada que la subida que hemos hecho. Poco a poco aparecen árboles enanos que van creciendo según bajamos, y al llegar al chalet Reynard ya se ven bosques dignos de tal nombre. Tras otra corrección de ruta –seguía por la D974 en vez de coger la D614- seguimos bajando, ahora con menos pendiente, por una bonita y entretenida ruta entre bosques hasta llegar a Sault, donde paramos para descansar e hidratarnos en una terraza. La temperatura ha subido, obviamente, pero algun@s siguen con el frío en los huesos. Hay muchas motos y mucha animación en la terraza, se nota que es sábado.

El camino que sigue resulta ser un descubrimiento: típica ruta provenzal, entre montes de bosque bajo y zonas cultivadas (olivos, frutales, algo de lavanda) con un trazado sinuoso, un asfalto muy aceptable y poquísimo tráfico, invita a recorrerla a ritmo alegre, disfrutándola. Pasamos el col de Macuègne, el col de la Pigière y entramos en el departamento de los Alpes de Haut Provence, enfilando la D946 hacia Sisteron con la sierra de la montaña de Lure a nuestra derecha. La carretera es bonita y divertida y te regala alguna pequeña garganta inesperada de vez en cuando, como la que hay justo antes de Montfroc.

Entramos a Sisteron por la puerta trasera, la D53, en vez de seguir hasta la nacional y remontar el río. Tras un pequeño tramo ascendente de curvas, en seguida se despliega la villa a nuestros pies, a lo largo del río Durance y, protegiendo su entrada norte, de un lado el espectacular tajo de la montaña, el rocher de la Baume, y del otro, la ciudadela encaramada en lo alto de la montaña. Aunque hay vestigios humanos de la prehistoria, el origen de la villa es probablemente galo y posteriormente romano. La vía Domitia, construída por Roma en el 118 a.C. para tener un rápido acceso a la península ibérica, pasaba por la villa, entonces llamada Segustero. Las guerras de religión del S.XVI se cobraron su tributo en la villa, pasando de manos católicas a protestantes y viceversa, y cuya consecuencia fue la construcción de la ciudadela, acabada a principios del S.XVII. Desgraciadamente no sirvió de mucho frente a la epidemia de peste que siguió. Para lo que sí sirvió fue para encerrar a disidentes políticos; fue utilizada a tal fin por Richelieu, y también durante los tiempos convulsos que siguieron a la revolución. Durante la segunda GM, el gobierno colaboracionista de Vichy retuvo encerrados a comunistas, anarquistas e incluso a algunos judíos antes de ser deportados.


La ciudadela vista desde abajo


La ciudadela y el rocher de la Baume


El rocher de la Baume

Aquí tampoco vamos al mismo hotel, de modo que, al legar a una amplia plaza con un aparcamiento en medio –luego supimos que era la plaza central, donde está el ayuntamiento y la estación de autobuses– nos separamos. Una vez en el hotel, con la moto en el aparcamiento subterráneo y ya vestidos “de corto” volvemos a juntarnos y recorremos la villa, subiendo hasta la ciudadela y callejeando por el casco antiguo. Estar aún en temporada baja nos dificultó bastante el encontrar dónde cenar: la mayor parte de garitos (léase bistros/restaurantes) estaban cerrados o, sencillamente, no servían cenas. Al final, a base de preguntar, encontramos una pizzería de original nombre, “Le Pizzaiolo” :icon_cry: en un recodo de la plaza central, que estaba a rebosar de gente del lugar –conseguimos la última mesa libre– y nos sirvieron unas pizzas abundantes y sabrosas y unos postres aún mejores :papeo1:


Hôtel Le Tivoli, 21 Place René Cassin, 04200 Sisteron
Precio: 69 € la habitación doble con baño, desayuno aparte

Txarly

Día 11 – Sisteron - Nice (243 kms)
Último día del viaje… para nosotros, Sergio aún ha de volver a Valencia… y antes de eso espero enseñarle alguna de mis rutas favoritas de por aquí. El hotel está muy bien, cómodo y moderno y con una habitación amplia y luminosa. Sin embargo, el precio del desayuno nos parece abusivo y salimos a desayunar en una boulangerie cercana que sabemos que abre en domingo.

Tras dejar el hotel nos juntamos con Sergio en la gran plaza y nos ponemos en ruta, llenando en el mismo Sisteron. La primera parada prevista está cerca, en el pueblo de Les Mées, conocido por una curiosa formación geológica con formas cónicas que tiene una cierta similitud con una hilera de monjes encapuchados, lo que explica su sobrenombre: los penitentes. Me he tenido que pegar con el navegador para que no nos lleve por la A51, pero a base de waypoints consigo que vayamos por la N85.

La ruta es amplia y despejada, con buen firme, y rodamos contentos en un bonito domingo de Mayo. De vez en cuando, el bosque que nos rodea clarea y nos permite ver a nuestra izquierda el río cuyo curso seguimos y, más lejos, las primeras estribaciones de pre-Alpes. Al llegar al puente de la N85, en vez de seguir la ruta directa y cruzar el río, nos quedamos en la orilla izquierda, avanzando por la D4096, que asciende suavemente y nos ofrece una bonita vista del río a su paso por Château-Arnoux y del paisaje circundante. Cruzamos bajo la A51, cogemos el desvío a la izquierda de la D4A hacia Les Mées y los penitentes empiezan a verse al fondo. Tras pasar de nuevo bajo la A51 y cruzar, esta vez sí, el río, se despliegan ante nuestros ojos sin obstáculos que impidan verlos.


Los penitentes de Les Mées

Atravesamos el pueblo y paramos al pie de los penitentes, que se extienden a lo largo de 2,500 metros y tienen una altura máxima de 114 metros. Según la leyenda, son los monjes de la montaña de Lure (junto a la cual pasamos ayer), que fueron petrificados por San Donato como castigo por haberse enamorado de unas jóvenes moras traídas cautivas por el señor del lugar a su vuelta de las cruzadas.

Dejamos atrás los penitentes y nos incorporamos otra vez a la N85, que aquí forma parte de la “ruta Napoleón”; se llama así porque es el itinerario que siguió ‘le petit cabrón’ al inicio de los Cien Días, tras desembarcar del exilio en Golfe-Juan hasta su entrada triunfal en París. La verdad, para acabar como acabó en Waterloo, se lo podía haber ahorrado…

Al poco volvemos a abandonar la N85 para bajar hacia el sur por la D907; la siguiente parada es el bonito pueblo de Moustiers-Sainte-Marie, puerta de entrada al parque natural del Verdon. La ruta, bien trazada, es amplia y más bien recta, adaptándose a un entorno de pequeñas montañas recubiertas de matorral y bosque bajo. A nuestro paso vamos encontrando cultivos de varios tipos (cereal, girasol, lavanda…), casas rurales aisladas y pequeñas poblaciones. En un cruce con media docena de casas seguimos a nuestra izquierda por la D953, algo más estrecha pero con buen asfalto y, lo más interesante, que se retuerce como una anguila, siguiendo un contorno que varía más bruscamente. Es una ruta el ligera subida, muy divertida, aunque hay que tener cuidado con los ciclistas, que empiezan a abundar. Al coronar, en el cruce con la D8 hay un mirador con una bonita vista del valle y unos espectaculares campos de lavanda.


Pasado el pueblo de Puimoisson seguimos por la D56 encontrando cada vez más ciclistas, todos en la misma dirección que nosotros. Cuando llegamos al cruce con la D952 ya es evidente que se trata de una prueba ciclista, con espectadores en los arcenes y todo, y estamos justo en medio. Os dejo imaginar lo que le pasa a uno por la cabeza en situaciones así, influenciado por las tardes veraniegas de siesta y chicharras viendo el tour.

Cuando falta poco para llegar a Moustiers ya podemos ver frente a nosotros los primeros paredones del Verdon, llamándonos, pero prefiero subir al pueblo y parar un poco por dos razones: descansar y dar tiempo a los ciclistas a que pasen de largo. La ventaja de jugar en tu terreno es que lo conoces, de modo que subimos por una cuesta sin señalizar pero que recuerdo llevaba al centro del pueblo y aparcamos a la sombra de un frondoso plátano (obviamente me refiero al árbol y no a la fruta) El pueblo es pequeño pero bonito y en cuesta, aunque lo más impresionante es su ubicación, al pie de un paredón calizo y a caballo entre los dos lados de un estrecho tajo por el que discurre un riachuelo. Hay una estrella colgada en medio del tajo rocoso; según la leyenda, fue una promesa hecha por Blacasset, duque de Blacas al volver de las cruzadas tras haber sido capturado y hecho prisionero por los sarracenos, que había jurado colgar una estrella de dieciséis puntas, símbolo de su familia, sobre su aldea si conseguía volver.


Moustiers-Sainte-Marie

Tras la visita y un ratito de terraceo retomamos la ruta, ya sin ciclistas –o al menos con una cantidad razonable-, encaminándonos a la margen derecha por la D952. La carretera sube serpenteando por una ladera boscosa coronada por unas paredes verticales grises y ocres, típicamente calizas. Al llegar a media ladera el bosque clarea y tenemos una bonita vista sobre el lago de Sainte Croix, que se despliega a nuestra derecha entre montañas arboladas. En realidad se trata de un embalse, cuya presa homónima fue construida en 1973, y es muy frecuentada en verano por pédalos, canoas y barcas eléctricas de alquiler para pasearse o, mucho más interesante, remontar el curso del Verdon por su espectacular garganta.


Salida del Verdon al lago de Sainte Croix

La ruta sigue y, a la vuelta de un recodo junto a un “diente” de piedra, se adentra en el cañón sin previo aviso. La vista es tan espectacular que se te escapa un “¡UALAA!” y buscas rápidamente donde arrimar la moto para parar, disfrutar del paisaje y tirar unas cuantas fotos. Dada la verticalidad de las paredes hay pocos apartaderos, y los que hay suelen estar tomados al asalto, sobre todo si vas en temporada alta o fin de semana.


La garganta del Verdon desde uno de los miradores de la D952

Continuamos despacio, disfrutando de la vista, mientras la ruta asciende suavemente hasta llegar a la meseta, donde pierde su espectacularidad, aunque sigue siendo una bonita carretera. Coronando el col d’Ayen, entre matorrales y bosque bajo, las ondulaciones del terreno nos permiten intuir, más que ver, el cañón que sigue a nuestra derecha. Al poco llegamos al pueblecito de La-Palud-sur-Verdon, totalmente tomado por moteros, donde paramos para descansar y comer mientras comentamos el trayecto.

Aquí hemos previsto hacer el bucle de la D23, la ‘Route des Crêtes’, que hemos hecho algunas veces hace tiempo y que se asoma al borde del cañón en varios puntos, ofreciendo unas vistas espectaculares. Como la conozco –o eso creía– tiramos directamente por la entrada oeste, la que tenemos más cerca, que desciende un poco por una cortada entre pinos para luego seguir el trazado del cañón. La vista es, de nuevo, espectacular, y paramos en un mirador a hacer algunas fotos. Ya os avanzo que las fotos no hacen justicia al lugar, hay que verlo in situ.


Vista desde un mirador de la D23

Seguimos adelante disfrutando de las espectaculares vistas y de repente aparecen unas señales de prohibido el paso que definitivamente no estaban ahí la última vez que pasé. Conociendo la carretera, imagino que algún talibán de la seguridad ha decidido que, al ser una ruta estrecha y sinuosa por donde en verano pasan autobuses, el que sea de doble sentido es ‘extremadamente’ peligroso. El problema es que no he visto ningún cartel señalando el sentido único hasta estar prácticamente encima, y el dar media vuelta me repatea sobremanera, pues es un trecho y no vamos sobrados de tiempo. De modo que decido unilateralmente seguir adelante –a fin de cuentas vamos en moto y en caso de encontrarnos un bus de frente no debería ser complicado– pero, eso sí, extremando precauciones. Puedo imaginar a Sergio llamándome de todo menos bonito mientras progresamos suavemente monte arriba. Después de algún sustillo menor con coches que vienen en sentido contrario (pero yo, cabezón como buen vasco, sigo adelante) llegamos al punto donde vuelve a haber doble sentido de circulación, más o menos en lo más alto de la ‘Route des Crêtes’. No hay ninguna diferencia de anchura de vía, ni de asfaltado, ni de trazado; la carretera es exactamente igual ahora que en el tramo de sentido único, lo que confirma mis sospechas del “talibán de la seguridad”. Aliviado, paro un poco más adelante, junto a otro mirador y esperamos a Sergio, que nos informa por waxap que ha parado a hacer fotos. Hacemos lo propio y en cuanto llega me apresuro a disculparme por haberle obligado a ir en dirección prohibida, explicándole mi razonamiento. Me replica, y con razón, que es peligroso porque los coches no se esperan a nadie de frente, y que ha tenido algún susto por eso, por fortuna sin consecuencias. Me sabe mal que se haya llevado un susto por mi culpa. Así que ya sabéis: la D23 ‘Route des Crêtes’ ofrece unas vistas espectaculares, pero hay que hacerla entrando por la parte este.


Vista desde el mirador de más arriba

El descenso por la pendiente norte nos obsequia con unas impresionantes vistas del espectacular paisaje que nos rodea, con los picos de la Crête de Traversières, de entre 1,700 y 2,000 metros asomando entre lomas boscosas y paredones calizos verticales.

Una vez de vuelta a la D952 ganamos en calidad del asfaltado y en anchura de vía y la ruta, aunque recta en la meseta, enseguida se retuerce, siguiendo las irregularidades del terreno. Esto, combinado con el bonito paisaje, hace que sea fantástica para montar en moto, y la abundancia de moteros que la recorren, ya sean sueltos o en manada, corroboran mi apreciación. Al llegar al “Point Sublime” hacemos otra parada; desde aquí, caminando un poco, puede verse la entrada del cañón del Verdon y uno de sus pasos más espectaculares: el pasillo Sansón (Couloir Samson). Unos cientos de metros por debajo, junto al cauce del río, se encuentra el túnel de Baou que da acceso al sendero que sigue el curso del río.


El “Couloir Samson” visto desde el “Point Sublime”

Retomamos la ruta que, luego de atravesar un estrecho túnel, desciende por la ladera de un espectacular cañón hasta llegar casi al nivel del Verdon, que fluye a nuestra derecha. A medida que avanzamos, las paredes van perdiendo altura y la garganta se va abriendo, permitiéndonos disfrutar de una mayor parte del entorno que nos rodea: montañas cubiertas de bosque bajo y paredones calizos surgiendo entre ellas. Siguiendo el curso del río llegamos a Castellane, una pequeña localidad de inconfundible perfil, situada a orillas del Verdon y al pie de un paredón rocoso coronado por una pequeña iglesia, Notre-Dame du Roc.


Castellane

La plaza central y sus terrazas adyacentes están tomadas por centenares de motoristas; al estar en la ruta Napoleón y rodeada de multitud de carreteras sinuosas, divertidas y bonitas, los fines de semana que el tiempo acompaña los moteros invaden (invadimos) la región.

Seguimos ruta por la sinuosa y bien asfaltada carretera, entre frondosos pinares que nos cobijan del sol, cosa que agradecemos. Ya no hay gargantas espectaculares, pero el paisaje sigue siendo bonito: estamos rodeados de montañas boscosas rotas por picos calizos que sobresalen aquí y allá. La carretera serpentea, subiendo y bajando entre montañas a medida que avanzamos y, al llegar a Le Logis du Pin, entra en el departamento de los Alpes Marítimos. Ahora es menos sinuosa, con grandes rectas que permiten rodar a mayor velocidad, un denso bosque a nuestra derecha y una escarpada sierra a nuestra izquierda. En lo alto de la sierra pueden verse los restos del antiguo pueblo de Seranon, abandonado en el S.XIII durante una epidemia de peste; una vez pasada la época de las “razzias”, el nuevo lo construyeron el en llano, y ése es el que atravesamos. En el col de Valferrière pasamos a bajar a media ladera de la montaña de Audiberge, y es uno de los tramos para mí más bonitos de la ruta Napo, con espectaculares valles abriéndose a nuestra derecha.

Pasado Escragnolles paramos a descansar y beber algo en un bar de carretera bastante frecuentado por moteros. Tras el descanso, seguimos el descenso, muy divertido y con un paisaje espectacular. Pequeña subida y, en el col de la Faye, cambiamos de lado de la montaña: el descenso sigue, pero ahora la montaña está a nuestra derecha, y a la izquierda vemos laderas cubiertas de bosque bajo descendiendo hacia el Mediterráneo y, en medio, la villa de Grasse, capital mundial del perfume. Si habéis leído “El perfume” de Patrick Süskind, recordaréis que la parte más truculenta de la acción se desarrolla aquí.

El resto ya tiene poca historia; espoleados por la cercanía de nuestra casa rodeamos Grasse por caminos secretos –aquí también lo de los sentidos únicos es una penitencia– y bajamos por la D2085 hasta Villeneuve-Loubet, entramos en Niza y paramos en casa a descargar las motos, ponernos más frescos y finalmente llevar las burras al aparcamiento. El día siguiente está previsto turistear a pie por Niza y, a partir de ahí, como suele decir mi tocayo Sinewan, “el plan es que no hay plan”.

Lo dejo aquí por acabar esta entrega, que me está costando más que las otras porque me han surgido picos de trabajo, y ya veré con Sergio y Revoltosa que más os contamos. Lo que sí que tengo pendiente es seguir con los videoresúmenes de cada día, que iré subiendo según los vayamos acabando. De nuevo, mis excusas por el retraso en la entrega de capítulos del culebrón; espero que hayáis disfrutado leyendo esta crónica y, lo más importante, que os hayan entrado unas ganas locas de viajar en moto. Y si queréis más detalles de alguna de las etapas, no seáis tímidos, privi al canto, que os ayudaré encantado en lo que pueda.
Saludos y V’ssss
:victory: